jueves, 26 de abril de 2012

El Mago

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El Mago.

El Mago es la historia de un Héroe empeñado en vivir, en contra de las exigencias del guión. Bueno, también sale un Mago poderoso... más o menos.

Capitulo I.

Una lluvia fina caía sin cesar. Llevaba meses cayendo. Silenciosa, constante, testaruda... lo había empapado todo hasta convertir los prados en inmensas esponjas en las que uno se hundía hasta media pantorrilla con un "schuifff" y que parecían empecinados en devorar el calzado del incauto. Cualquier calzado. Las altas botas de cuero del Héroe resistían, de momento, y el Héroe les estaba muy agradecido por ello. Miró el paisaje que se extendía frente a él. El prado que estaba cruzando ("mala idea", se dijo) terminaba junto a un bosquecillo de viejos tilos, robles y encinas, mustios y alicaídos por el exceso de lluvia. Desde el altozano que había usado de atalaya hacía un rato le había parecido ver un camino bordeándolo. Ahora ya no estaba tan seguro. Pero caminar por el bosque sería más sencillo que atravesar los prados inundados. O eso esperaba. Hacía una semana que su viejo caballo había muerto. Era tan viejo que el Héroe había esperado que cayera fulminado por los años en cualquier momento, pero fue el mordisco de una cría de mantícora lo que había acabado con el bravo animal.  No era más grande que un gato, la mala bestia, pero su mordisco ponzoñoso había sido suficiente para arrebatarle las últimas fuerzas. El Héroe vengó la muerte de su fiel amigo y mató a la criatura (son monas cuando son pequeñas pero luego crecen y no hay quien acabe con ellas) y enterró a ambos bajo una inestable pila de piedras. Desde entonces, proseguía su errar a pié, cargando en un zurrón a sus espaldas sus escasas y empapadas pertenencias. Schuifff, schuifff, schuifff... el Héroe continuó su penoso avance por el prado. Schuifff, schuifff, schuifff... Al fin alcanzó el linde. Un escuálido sendero embarrado serpenteaba junto al bosque lo que supuso un gran alivio para el agotado Héroe, que se desplomó sobre las gruesas raíces de un nervudo tilo. Sus grandes ojos negros reflejaban todo el fastidio que la situación le suponía. Tenía los labios contraídos en una apretada línea de disgusto, y su mandíbula firme permanecía también contraída. Cuando sonreía (cosa que no sucedía muy a menudo) era un hombre apuesto, de rasgos equilibrados y masculinos, anchos hombros y porte firme. Pero en aquel momento ofrecía una estampa mucho menos altiva, embarrado, empapado y agotado. Y muy, muy malhumorado. Las botas le pesaban una tonelada, por el cansancio, por el agua que había entrado en ellas, y por el barro que las rebozaba. Pero en aquel momento estaba demasiado cansado. Apoyó la espalda en el tronco del gran árbol y se arrebujó con su vieja capa de cuero. Y cerró los ojos. Solo un momentito... y fue solo un momentito porque sus agudos instintos, que lo habían mantenido vivo hasta ahora, lo alertaron. Un ruido, un olor... una presencia. Se desenvolvió de la capa y se levantó descuidadamente, como el hombre que ya ha descansado suficiente y decide continuar su camino, y hasta la última de sus fibras musculares aulló una protesta. Con la mano en la empuñadura de su espada se entretuvo en dar pataditas a una raíz para soltar el barro de sus botas, siempre de cara al bosque, escrutándolo con disimulo.
-¿Ya has descansado suficiente, muchacho?- Preguntó el bosque. El Héroe se dejó de hipocresías y desenvainó.
-Deja eso, muchacho, o aun le vas a hacer daño a alguien-. Insistió el bosque.
 -¿Que tal si sales y lo hablamos cara a cara?- Le preguntó el Héroe. Y el bosque se agitó. Se sacudieron ramas, se pisaron hojas y el suelo crujió. Y al camino asomaron 4 hombretones desastrados. Tenían barbas pobladas, enmarañadas y a buen seguro atestadas de vida. Vestían jubones de lana y pantalones de cuero, y uno de ellos llevaba una bufanda de gruesa lana, ahora tan mojada, que más parecía un gato muerto que una prenda de abrigo. Y llevaban grandes hachas, menos uno que llevaba algo que debió ser un apero de labranza ahora reconvertido a arma blanca, con gran efectividad, hay que decir. El que parecía el jefe (ni que sea por que era el único en cuyos ojos brillaba algo parecido a la inteligencia) esbozaba una sonrisa que hasta se podría tildar de amable, aunque el efecto resultante con el trasfondo de dientes podridos era más repulsivo que tranquilizador. Los hombres salieron del bosque, dos por su derecha y dos por si izquierda y Héroe retrocedió un par de pasos. Y volvió a estar metido en la dichosa esponja.
- Bonito pincho, muchacho - dijo el jefe, - ¿piensas usarlo?
- La verdad es que mis planes era más bien de siesta, queso y odre de vino, pero si no me queda más remedio...- contestó el Héroe con desgana. A lo que los hombretones respondieron con una sonora carcajada.
-Suelta el pincho y compartiremos contigo tu queso y tu vino, y si eres buen  chico, hasta dejaremos que te unas a nuestra banda-. Dijo el jefe como quien se ha contado un chiste graciosísimo.
-Tengo otros planes, pero gracias, sois muy amables-. La fingida cortesía del Héroe parecía divertir a los hombretones.
-Mira muchacho, vamos a quedarnos con tu espada, lo que sea que lleves en el  zurrón y tus botas, contigo dentro o sin ti. La verdad, me importa poco-. Dijo el jefe, y a su lado uno de los hombretones añadió la capa. "Que no se te olvide la capa" añadió casi en un susurro. Definitivamente, no era un hombre muy listo. Mientras decían esto uno de ellos se había acercado a su zurrón y había desparramado su contenido por el suelo, y de hecho, roía ya el escaso queso que le quedaba al Héroe. -¡Esta bueno!- exclamó con voz gangosa y por respuesta obtuvo una fulminante mirada de su jefe, con lo que dejó el queso y se concentró en su tarea de intimidar al Héroe, ahora con cara de chiquillo avergonzado, lo que le restaba efectividad.
-Mira, eso no va a pasar, acabareis los 4 muertos y yo mas cansado. ¿Porqué no lo dejamos aquí, os largáis, y todos tan amigos?- La seguridad y convicción del Héroe parecía haber hecho cierta mella en dos de los hombres, pero el jefe se rió a carcajadas y el resto lo corearon, aunque con algo menos de convicción.
-¿Crees que somos sólo nosotros cuatro?-Preguntó el jefe. -No es así, ¿verdad?- La pregunta iba dirigida al bosque, que contestó con una ligera agitación.
-¿A quien tienes ahí?- preguntó el Héroe -¿A tu madre?- Y fue el propio bosque quien respondió, con el agudo silbido de una flecha. El Héroe la esquivó, con la velocidad que sólo unos pocos hombres poseen, pero la flecha pasó tan cerca de su rostro que sintió su calor al herir el aire. Aquello era una complicación más. Tendría que moverse continuamente, quien se ocultara en el bosque era rápido, e impulsivo. No había dudado en matarle. Ni un segundo. Antes de que los hombres reaccionaran lanzó su peso hacia adelante cargando con la espada levantada y blandiéndola con ambas manos. El movimiento quedó ralentizado, como si el tiempo discurriera a un paso pausado. Las botas del Héroe permanecían en el lodazal... con el Héroe dentro. Schuifff... y el Héroe salió disparado hacia delante, cargando, ahora sí, directamente contra el jefe, que había tenido tiempo de sobras de levantar su arma y prepararse para el ataque.
A pesar del cansancio, a pesar del barro, a pesar de la lluvia, la espada silbó y aulló danzando de un hombre a otro, y pronto a sus aullidos se sumaron los de los hombres. Uno no es un Héroe sólo porque tenga una bonita espada. Primero, el imprudente del queso, que blandió su arma agrícola con más estupidez que pericia y perdió el arma y el brazo que la sujetaba en un único y limpio tajo. El que quería la capa dejó pronto de necesitarla al perder la cabeza por el cuello por el que la hubiera sujetado. Quedaron el jefe y el otro hombretón del hacha que se mantenían a una prudencial distancia del Héroe y se apoyaban mutuamente en sus fintas. Aquellos hombres habían luchado juntos largo tiempo. Y habían sobrevivido, lo que era más preocupante.  El Héroe no paraba de danzar, moviéndose a derecha e izquierda, para no ofrecer un blanco fácil al desgraciado de las flechas. Los dos hombres lo dejaban bailar, sacando partido de su agotamiento. No podría mantener este juego mucho rato. Bajó la guardia. Dejó su flanco derecho al descubierto, tentando al hombretón de la bufanda que no pudo resistir la invitación. Se abalanzó sobre él como un gato rabioso y murió con cara de sorpresa al encontrarse una espada atravesada en el pecho, pero su jefe se había lanzado también sobre él, con el cuerpo bajo, lanzando un ataque a las piernas del Héroe, que sintió al mordida del metal en el muslo mientras giraba sobre si mismo esquivando el grueso del golpe y soltaba la espada del pecho de su rival para, en un único movimiento, lanzarla sobre el cráneo del jefe. Corrió ignorando el dolor de la pierna para colocarse a cubierto tras el tronco del gran tilo, junto a sus desparramadas pertenencias.
Con la espalda apoyada contra el gran árbol miró a su alrededor. Tres hombres yacían muertos en el pequeño sendero, uno de ellos decapitado y el cuarto había desaparecido, dejando su brazo y su arma en el suelo.
-¡¡Más vale que te largues, cabrón, porque si tengo que entrar en el bosque a sacarte te juro que te arranco al piel a tiritas finitas!!- Le gritó el Héroe al bosque, descargado todo el agotamiento, frustración e ira que contenía su maltrecho cuerpo. Pero el bosque permaneció en el más absoluto silencio. Esperó unos segundos. Sentía la sangre caliente resbalar por su muslo y el dolor lacerante que ascendía hasta la mismísima garganta. Era un tajo profundo, podía sentirlo.  "Otro más para la colección" se dijo a si mismo. No era de esos héroes a los que les gustaba mostrar sus cicatrices a las "damas" como las llamaban otros Héroes (él las habría llamado putas pero cada cual hace lo que quiere...). Hacía su trabajo y lo hacia bien y le pagaban por ello (no tan bien, pero no se podía pedir más tal como estaba el reino...) y eso era todo. No creía que tuviera que alardear ni demostrar nada. Era lo que era. Punto. -¿Sales o entro a por ti?-Volvió a rugirle al bosque, de nuevo sin respuesta. Esperó un rato y finalmente se dejó resbalar por el tronco hasta quedar sentado otra vez entre las raíces del tilo, ahora con la espada desenvainada a su lado y todos los sentidos alerta, esperando oír el menor ruido del bosque. No tenia la menor intención de entrar a buscar a nadie, y quien fuera que se escondiera parecía haberlo intuido. Cogió un paño viejo pero habitualmente limpio que siempre llevaba en su zurrón para estos menesteres, se había manchado de barro pero no tenía nada mejor. Usó la espada para acercarse un pequeño estuche de cuero sin necesidad de levantarse y de él sacó una aguja curva e hilo de crin de caballo. Uso algo del vino para limpiarse la herida y la mayor parte para calmar sus ánimos y entre maldiciones, insultos y reniegos procedió a coserse la herida y medio vendársela con el paño embarrado. Luego se comió un trozo de pan remojado y enmohecido que le quedaba y guardó el trozo de queso en su zurrón. Le haría falta. Era todo lo que le quedaba. Y mal herido lo tendría difícil para cazar. Y con tanta lluvia parecía que la mayoría de animales se habían largado... o ahogado en sus madrigueras.
No era hombre al que la visión de la sangre revolviera el estómago, pero el espectáculo que ofrecían los tres cadáveres era cuanto menos, desagradable. Además de que el manco podía volver a por su brazo... o el arma, y probablemente no lo haría solo. Así que hizo acopio de unas fuerzas que ya no tenía y emprendió la marcha, cojeando, apoyado en su espada, y plenamente consciente de que ofrecía un espectáculo cualquier cosa menos... heroico. Y el bosque, tras de sí, permaneció en silencio. Caminó pegado a los árboles (el camino era tan estrecho que eso era inevitable) y mirando hacia atrás continuamente por si el arquero se decidía a terminar la tarea que tan eficazmente había empezado su jefe. Pero nadie apareció en el camino, ninguna flecha silbó, y el Héroe continuó su penoso avance por el camino embarrado.
Cuando anocheció se adentró un poco en el bosque. Buscó un árbol grande bajo el que cobijarse y se sentó a sus pies, con la espada a su lado. El dolor de la pierna era insoportable, cada latido de su corazón resonaba por todo su cuerpo acompañado de una explosión de dolor. Veía puntitos luminosos y el agotamiento era una garra fría instalada en su alma. Se arrebujó con su capa y trató de descansar.
El amanecer lo encontró aun despierto, con los ojos hundidos por el cansancio y la falta de sueño, y la boca torcida en un rictus de dolor. "He estado peor", se dijo a si mismo. "Pero no en este páramo deshabitado y sin comida, imbécil", le contestó esa parte de uno mismo que parece odiarnos. Se comió el queso. Necesitaba fuerzas. Encontró un roble con algunas bellotas medio podridas por la humedad pero comió unas cuantas y guardó otro puñado. Y continuó caminando penosamente. "Los caminos van de "alguna parte" a otro "alguna parte" y en esos "algunas partes" siempre hay gente... y probablemente... una posada" se dijo a sí mismo y visualizó el calor del fuego, sintió el olor de los guisos y el pan y eso le dio fuerzas para continuar caminando.
Durante tres días caminó pensando en el fuego, el guiso y el pan. Ropa seca y una cama caliente. Y un baño. Y vendas limpias y una cataplasma de hierbas para su herida. La herida dolía cada día más. Se había inflamado y supuraba sin cesar. Y al tercer día sintió el olor. Un olor que conocía bien, que había olido antes... el olor de la muerte.
-¿COMOOOOO?- Exclamó el Héroe asustado.
-"Exclamó el Héroe asustado, exclamó el Héroe asustado"... ¡a ver como estarías tu, rica!! Ni olor a muerte ni niño muerto, tu y yo tenemos que hablar. Sí, sí, tu, la que no se calla ni debajo del agua. El Héroe esto, el Héroe aquello... ¿¿y ahora vas a matarme??- gritó el Héroe a nadie en particular.
-Bueno... son gajes del oficio... y en el curso de literatura por correspondencia decían que hay que darle drama...- Contesto la Escritora al airado Héroe.
-A ver, rica, si lo dejamos claro. Me he cargado a tres tíos, seguramente padres de familia que dejan apenadas viudas y huérfanos, ¿y tu quieres más drama?- Insistió el Héroe que recibió un "estos no cuentan" por respuesta.
-¿Como que no cuentan? Pobres desgraciados... ¿y ni siquiera cuentan? No hay vergüenza. Que tiempos, que tiempos... tres hombres muertos, y no son un drama... no hay vergüenza-. El Héroe murmuró ofendido.
-Pero es que el corte es muy feo, y tu estas muy débil, y se te está gangrenando... y tenia pensado otro protagonista... de hecho, esta historia se titula "El Mago", ¡no me puedo quedar con un Héroe!- Insistió la Escritora, tratando de sonar razonadora. -Será una escena muy melodramática, el mago te encontraría en tus últimos momentos cuando sea tarde para ayudarte y le encomendarás una terrible misión... muy melodramático... ¡te gustará!- Insistió ella.
-Pues va a ser que no.- Dijo el tajante. -Vas a llevarme a una posada, vas a curarme la pierna y vas a ser buena chica de ahora en adelante. Y respecto a lo del Mago... sé hacer aparecer una moneda de detrás de la oreja. Te vas a conformar con eso-. Dijo el Héroe con contundencia mientras retomaba su pesada marcha, a lo que ella contestó un enigmático "ya veremos". Tras escasos metros el desnivel del camino descubrió que el sendero se ensanchaba ligeramente hasta llegar a una casa de gran tamaño, de paredes encaladas y con un delicioso reguero de humo desprendiéndose alegremente de su chimenea.
-También podría parar de llover, ¿no?- murmuró el Héroe a lo que le contestaron un "no te pases" suficientemente amenazador como para que continuara su camino sin más quejas.
La puerta de la posada se abrió para descubrir una sala razonablemente llena, cálida (por no decir caldeada) y tan atiborrada de olores que el aire parecía poder cortarse con un cuchillo. Pero el Héroe sólo notó el delicioso olor del pan y de un potente guiso. Avanzó cojeando hasta una mesa en al que quedaban un par de huecos y se sentó a una prudencial distancia de un hombre con aspecto de herrero, más interesado en la pared del fondo que en el mundo que lo rodeaba, posiblemente a consecuencia de que la enorme jarra de cerveza que sostenía no era, ni mucho menos, la primera. Tenia la pared a sus espaldas, podía controlar la puerta y tenia el flanco derecho protegido por el herrero ebrio. Era un buen lugar, y se desplomó en su asiento. Algo que creyó sería la tabernera (o uno de los mastines de la casa) le preguntó que quería y pidió vino con abundante miel, un buen plato del guiso y pan. Un rato más tarde empezó a sentirse persona de nuevo. Tenia la tripa llena por primera vez en semanas (no había identificado lo que contenía el guiso pero le importaba un bledo), las ropas habían empezado a secarse (o al menos estaban húmedas pero calientes) y el vino adormecía ligeramente el dolor de la pierna.
-¿Y ahora que?- preguntó el Héroe en un susurro. -¿que vas a hacer con mi pierna? No pienso morir de gangrena-. El herrero había trasladado su interés de la pared lejana a un punto algo más cercano, pero pronto volvió a su estado anterior.
-Pues huele como si fueras a hacerlo- contestó el herrero, aun mirando la pared del fondo con una vocecilla extrañamente fina para su corpulencia y... sin mover los labios. El Héroe adelantó el dolorido cuerpo para ver al resto de comensales. Junto al herrero se sentaba un muchacho barbilampiño, delgado, pálido y de aspecto asustado. Estaba encogido entre la masa del herrero y otra mole a su izquierda, posiblemente un carpintero a juzgar por la cantidad de virutas de madera de su pelo, que a su vez parecía tan interesado en la pared del fondo como el herrero. El Héroe miró un momento la pared del fondo por si se estaba perdiendo algo... no, no había nada, sólo la maldita pared. El muchacho se había escurrido de su asiento y estaba gateando por debajo de la mesa para salir (pedir a los hombretones que se levantaran no era una opción, obviamente) y volvió a escurrirse entre la mesa y el banco para quedar sentado frente al Héroe.
-Soy Mago- Dijo el muchacho con una amplia sonrisa de dientes blancos.
-¡Mala pécora, tu quieres matarme!- Le contestó el Héroe, mirando a la mesa y dejando al muchacho perplejo... y convencido de que las mismas estaban atacando la mente del pobre hombre.
 -¡Soy bueno con las heridas!-insistió el muchacho, ahora con más cautela. Y sin sonrisa. -Lo de los fuegos, explosiones y rayos no se me da tan bien, pero se preparar pócimas sanadoras, eso se me da bien- El Héroe lo miró con la más fiera de sus miradas. Le clavó los ojos negros y mantuvo la mirada unos segundos que al muchacho se le hicieron  eternos. Se hizo pequeño en su asiento, sudó, le temblaban las manos... y cuando el Héroe preguntó, más para si mismo que a él, "¿es lo mejor que voy a tener?" al pobre Mago le temblaba la voz al contestarle "no hay muchos magos por esta zona..." y su voz desapareció como una llamita que se apaga.
-Cúrame y serás recompensado- Dijo el Héroe con al voz firme que reservaba para los tratos y que había intimidado a nobles señores mucho más curtidos que aquel crío venido a hombre.
-No quiero tu oro, quiero tu espada- dijo el mago con un hilillo de voz a penas audible.
-¿Y de que sirve un Héroe sin espada, niño? ¿Y de verdad crees que puedes ni siquiera levantarla?- Le rugió al aterrorizado muchacho que retrocedió tanto en su asiento que a punto estuvo de caer de espaldas. El herrero se había girado y les miraba, probablemente sin verles.
-No, no, no me has entendido- le dijo el muchacho enseñándole las manos a la defensiva. -Te quiero a ti para blandirla, ¡quiero tus servicios!- El Héroe levantó la vista hacia el techo de madera del salón, como un hombre que le reza a su Dios, y entre dientes siseó "Hija de Puta".

Oía la lluvia contra el techo, amortiguada por la hierba que cubría el tejado de la construcción. La habitación era cálida, al encontrarse justo encima de al sala de la posada llegaba el calor de la planta de abajo... y el barullo. Pero el había sonado a música celestial en cuanto metió su agotado cuerpo en la cama, después de asearse con agua caliente (no había baño, pero se había apañado con una palangana y agua moderadamente caliente). Era poco más que un montón de paja cubiertas con sábanas con más personalidad que la mitad de habitantes del reino, pero no le había molestado en lo más mínimo. Había dormido dos días enteros. Se había despertado sólo cuando el mago venia a darle sus pócimas, algo de comida y agua y a cambiarle las vendas. El dolor había ido adormeciéndose con él. Poco a poco, aunque sin llegar a desaparecer. Al tercer día el mago se sentó al borde de la cama y le quitó los vendajes.
-El Olor de la Muerte ha desaparecido- dijo el muchacho en tono oficial, ufano como un pavo real. El Héroe contempló la herida. Seguía habiendo un tajo feo, mal cosido y mal curado, pero ya no palpitaba, la inflamación había disminuido hasta casi desaparecer y efectivamente, ya no olía. Aunque seguía doliendo a rabiar.
-Me duele- le contestó el Héroe.
-Mira, a estas alturas deberías estar muerto, así que no te quejes, que he obrado un milagro con tu herida, ¿entendido?- El tono firme del mago sorprendió al Héroe, desacostumbrado a que un tirillas como aquel se atreviera a amonestarle. Pero más sorprendido aún parecía el propio Mago, que se habia llevado las manos a la boca escandalizado de su propia firmeza.
-La herida te dolerá con los cambios de tiempo, el resto de tu vida-. Añadió el muchacho en un tono mucho más contrito, casi tartamudeando.
-No es que eso suponga un problema últimamente... me alegraré si es que el cambio de tiempo es para dejar de llover... -Añadió el Héroe con la mirada pérdida en la lluvia que caía frente a la ventana. -¿Que hora es?- cambio de tema aun mirando al mago con recelo.
-El sol está ya alto, mediodía- le informó el muchacho.
-Podemos partir mañana al amanecer-. El Mago asintió con la cabeza y se marchó, dejándolo solo con sus cavilaciones.  El Héroe se sentó en la cama, con la espalda apoyada en la pared, y se miró la herida.
-El Héroe esto, el Héroe aquello... tengo nombre, ¿sabes? ¡Me parece una falta de respeto que me metas en estos líos sin ni molestarte en aprenderte mi nombre!- Le dijo el Héroe a la habitación.
-Me llamo Roberto- Añadió contundente. -Mis amigos me llaman Bob. Cuando los tenia- dijo él.
-¿¿¿Bob??? ¿¿A ti te parece que ese es nombre de Héroe?? ¡Ni hablar! Ha de ser un nombre más contundente, y como poco a de tener una k, preferiblemente empezar con A-. Contesto testaruda la Escritora.
-A ver, rica... ¿A caso has narrado mis orígenes? ¿Mi nacimiento? ¿Has hablado de mis padres y su historia? Noooo, todo eso te lo has ahorrado... llegas aquí, cuando paseo tranquilamente por el reino, hecho ya todo un Héroe, me metes en una batalla desigual, cansado, hambriento y embarrado, me hieren y pretendes asesinarme... ¿y crees que puedes elegir mi nombre? Pues va a ser que no. Roberto. Te guste o no-.  El Héroe se había cruzado de brazos y todo él transmitía la firmeza de sus convicciones. La voz de la Escritora sonó siseante, casi musical...
-Te estas pasaaaandoooo- le canturreó. -Puedo hundir el techo y aplastarte, puedo sacar una víbora de ese mohoso colchón de paja... puedo acabar contigo cuando me plazca-. Le amenazó.
-Y será una historia patética con un final patético.- Añadió él con seguridad. - ¿Y pretendes que tu protagonista sea es niño de ahí abajo? Vamos hombre, ¡se lo merendarían en media página!- parecía divertido con la idea.
-¡Es un chico muy agradable!- lo defendió ella -¡y tiene sus propios talentos!- insistió.
-Y sabes su nombre ¿o piensas llamarlo "El Mago" todo el rato?- ahora la estaba provocando, con una sonrisa maliciosa. -Eeeerrrr... no...- ella dudaba. -El Héroe se incorporó aun más y llamó a voces al Mago, que entró en la habitación apresurado. Cuando el Héroe lo miró y le preguntó su nombre, contestó con cara de sorpresa: "Eustaquio". Y continuó con cara de sorpresa al ver al Héroe desternillarse de risa mientras una voz que él no podía oír chillaba:
NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!