miércoles, 17 de enero de 2018

De cantamañanas y desinformación médica


Estos días oímos hablar mucho de terapias alternativas a raíz de un polémico “congreso” que se ha celebrado en Barcelona. Éste es un tema que me toca mucho. Básicamente me alucina. Entramos en el s.XIX retrocediendo en muchos aspectos. Tanto políticos, como sociales, como de salud!  En general me callo y lo dejo pasar pero hoy ya no he podido más.

Tengo unos parientes próximos que son grandes defensores de todo lo que no sea “medicina”, que no venga envasado por una farmacéutica, aquello que no venga respaldado por un profesional médico acreditado (de verdad, no en la universidad de la vida o similares, que hemos visto de todo). Con los años he aprendido que no se puede discutir con ellos. Ni con ellos ni con muchos otros que me he ido encontrando a lo largo de mi vida. 

Por aquello del “tú que eres bióloga” es un tema que sale a menudo en conversaciones muy dispares. Intento no entrar al trapo porque con el tiempo he aprendido que no sirve de nada, pero me cuesta. Mucho. Y si entras acabas siempre en un mismo punto: es que estas vendido a las farmacéuticas (Joder! Que me digan en que cuenta me lo están ingresando que no me he enterado!!). O, alternativamente, es que te han engañado en una mega-conspiración en la que participa todo el colectivo investigador, farmacéutico y médico (tela! Tanta gente, toda tonta o malvada!). Con este argumento no se puede discutir y habría que aceptar que el sol sale por el oeste o que la luna es de queso roquefort. Suelo intentar respirar hondo y pensar que, a fin de cuentas, es selección natural. Y yo soy bióloga.

Pero a veces hablas con gente algo más razonable que te pregunta con verdadera curiosidad, y ahí no me importa entrar. Este sector incluye a algunas conocidas con críos que optan por no vacunar (que mala me pongo...) o por tratar las alergias y problemas severos de salud de sus retoños con homeopatía y hierbas. Es cierto que un corticoide (por decir algo) trae un prospecto que si te lo lees te dan ganas de tirarlo a la basura porque la lista de efectos secundarios para tu retoño es acojonante... y las hierbas no traen prospecto. Lo malo es que no los traen, no porque no tengan efectos secundarios, sino porque se están colando en un vacío legal, entran como nutriceutico, como condimento... o están prohibidas y las compran de “extranjis” precisamente porque su bioseguridad no la ha testado ni dios, y si en 5, 10 o 15 años tu retoño tiene problemas hepáticos por culpa de la hierba... no hay responsabilidades. Eso y que a menudo le estas dando la planta de la que se sintetizó el principio activo del fármaco que te han recetado... sólo que con mucho menos control de dosis y unas impurezas que a tu hígado le van a sentar fatal. Pero a menudo te defienden que la han prohibido por los intereses farmacéuticos... y ahí estamos otra vez en la casilla de salida y lo dejo correr. Ni las farmacéuticas son “buenas” (que son un negocio!) ni son el demonio. Y  las empresas que venden azúcar a precio de caviar o los que se forran con charlas y libros a costa del miedo no son ángeles ni mártires. 


También me he encontrado con otro  problema recurrente. En muchos casos me dicen cosas como “es más fácil entender los argumentos antivacunas, o los beneficios de determinados tratamientos naturales, que todo un estudio científico”. Y me quedo de pasta de boniato.

Hay artículos de divulgación excelentes sobre la mayoría de temas, en especial sobre el tema de la vacunación. He visto infográficos suuuuper visuales. No acabo de entender porque cuaja más un pensamiento que el otro. Puede que los “alternativos” hagan más ruido, mejor campaña y sean capaces de conectar mejor con el público, ya que ese es el rasgo imprescindible del charlatán, del vendedor de humo. Su carisma. Pero la salud no debería ser un tema de carisma. Os quiero hacer una reflexión si sois de los de este grupo: A pesar de que lo estudié con bastante profundidad, para mí, el vuelo de un avión sigue teniendo algo mágico y misterioso. Pero en el mal sentido. No tengo control. Ninguno. Es grande, pesado, ¡las alas son muy pequeñas! Y no tener control es algo que me pone los pelos de punta (soy “un poco” controladora). Cada vez que vuelo estoy intranquila. Pero de ahí a bajarme unos manuales de Internet y ver algunos vídeos de Youtube, y decirle al piloto, quita, que piloto yo... porque así voy a tener mayor sensación de control...absurdo ¿verdad?
Pues eso es exactamente lo que queremos con respecto a la salud. Queremos pilotar.  Y lo entiendo. Al 100%. La sensación de desamparo que da en el momento que pones TU salud en manos de otro es tremenda. Y es una de las asignaturas pendientes para muchos médicos. Ser capaz de aceptar al paciente como copiloto. De ayudar al paciente a saber que sigue teniendo el control. Pero en última instancia, mal que nos pese, debemos aceptar que no somos el piloto.  Que un blog, un libro, por gordo y sesudo que parezca, o una o varias charlas gratuitas o de pago, no nos califica para comprender en toda su dimensión lo que un profesional ha aprendido en 5 años de carrera, 3-7 de interinaje o doctorado, y muchos años de práctica clínica o científica.

Podría pasarme horas aportando datos sobre como las mejoras en medicina, los partos hospitalarios, las unidades de neonatos, las vacunas, los antibióticos, los avances en cirugía, en detección por imagen, los avances en genética, bioquímica, en farmacología... han disparado nuestra esperanza de vida y nuestra calidad de vida. Pero no voy a hacerlo, no en este post. Son datos que se han compartido hasta la saciedad. Personas más cualificadas que yo, médicos, virólogos, inmunólogos, oncólogos... han dedicado ríos de tinta a estos temas demostrando el valor de las vacunas, las terapias contra el cáncer, los antibiótocos... Los datos de mortalidad infantil, esperanza de vida, mortalidad maternal... están en la página web de la OMS, incluso en el instituto nacional de estadística, disponibles para cualquiera. La OMS tiene incluso infogràficos en que se relaciona la incorporación de determinados  factores, como las vacunas o las sillitas de seguridad para niños en el coche, con datos crudos de mortalidad infantil. Pero no hay más sordo que el que no quiere oír ni más ciego que el que no quiere ver. Por eso aquí hoy no escribo datos ni referencias (¡como los charlatanes!), esto no es un artículo científico. Solo os quiero hablar desde el corazón. Invitaros a la reflexión.

En su mar de contradicciones en la misma tarde una mujer intentaba convencerme de que no vacunara a mi hijo no fuera caso que le diera autismo (Jesús... que manía) y un rato más tarde me contaba una anécdota de su infancia y mencionaba a su vecinito, con el que jugaba mucho de niña pero que un buen día cogió la  polio y ya no pudo jugar más, y en unos años murió, pobre chiquillo... Vale. Le dije que a mi hijo, en última instancia, lo prefería autista que muerto. Ese argumento parece que era válido y me ahorró otra tarde de indignación y argumentos absurdos y discutir con un muro. Pero el caso es que yo no tengo anécdotas así. Mi madre sí. La mayoría de gente mayor tiene estos recuerdos. Pero ya nos estamos olvidando.

Yo soy genetista, mi experiencia personal en este tema es muy simple y más reciente. Inicié mi doctorado en el año 2000, en aquel momento, para las enfermedades graves con las que trabajaba todos los pacientes eran pediátricos, y pocos pasaban de 5 años. Esa era su esperanza de vida. Sólo en 17 años, trabajando con las mismas enfermedades o incluso algunas más severas, nos encontramos ya con adolescentes o jóvenes adultos, hay que reescribir las introducciones de los artículos en que solíamos decir que la esperanza de vida de tal o cual enfermedad es de 1-5 años y ahora no ponemos ese dato porque estos niños viven. Y no es por una hierba ni por unas bolas de azúcar.


Personalmente no consigo entender porque la gente quiere volver a poner  a prueba la selección natural. A comprobar si su sistema inmunitario o el de sus hijos está al 100% como para resistir a una polio o a una tosferina o tiene la capacidad de eliminar un tumor por sí mismo y sin ayuda. Deberían leer más libros de historia. Mi bisabuela tuvo 11 hijos de los que llegaron a edad adulta 3. Y era lo normal. De verdad. Revisad las pirámides de población a lo largo de la historia! 

Personalmente, como bióloga, “mamá Naturaleza" me da mucho respeto. Llevo bregando con ella de forma profesional durante muchos años y tengo claro que de “madre” nada, al menos no como yo entiendo a una madre... No sé en qué madres piensan otros. A la naturaleza los individuos se la traen al pairo. Si la especie sobrevive, ahí estará, si no... pues a extinguirse.  Como especie gracias a este aumento de la esperanza de vida nos hemos expandido hasta límites inconcebibles para nuestros antepasados.  Y haber sido capaces de borrar de nuestras memorias más recientes el efecto devastador de muchas enfermedades nos ha llevado a la soberbia de creernos que esos remedios no funcionan y son innecesarios. Y yo discrepo. Profundamente.