El Mago.
El Mago es la historia de un Héroe empeñado
en vivir, en contra de las exigencias del guión. Bueno, también sale un Mago
poderoso... más o menos.
Capitulo I.
Una lluvia fina caía
sin cesar. Llevaba meses cayendo. Silenciosa, constante, testaruda... lo había
empapado todo hasta convertir los prados en inmensas esponjas en las que uno se
hundía hasta media pantorrilla con un "schuifff" y que parecían
empecinados en devorar el calzado del incauto. Cualquier calzado. Las altas
botas de cuero del Héroe resistían, de momento, y el Héroe les estaba muy
agradecido por ello. Miró el paisaje que se extendía frente a él. El prado que
estaba cruzando ("mala idea", se dijo) terminaba junto a un
bosquecillo de viejos tilos, robles y encinas, mustios y alicaídos por el
exceso de lluvia. Desde el altozano que había usado de atalaya hacía un rato le
había parecido ver un camino bordeándolo. Ahora ya no estaba tan seguro. Pero
caminar por el bosque sería más sencillo que atravesar los prados inundados. O
eso esperaba. Hacía una semana que su viejo caballo había muerto. Era tan viejo
que el Héroe había esperado que cayera fulminado por los años en cualquier
momento, pero fue el mordisco de una cría de mantícora lo que había acabado con
el bravo animal. No era más grande que
un gato, la mala bestia, pero su mordisco ponzoñoso había sido suficiente para
arrebatarle las últimas fuerzas. El Héroe vengó la muerte de su fiel amigo y
mató a la criatura (son monas cuando son pequeñas pero luego crecen y no hay
quien acabe con ellas) y enterró a ambos bajo una inestable pila de piedras.
Desde entonces, proseguía su errar a pié, cargando en un zurrón a sus espaldas
sus escasas y empapadas pertenencias. Schuifff, schuifff, schuifff... el Héroe continuó
su penoso avance por el prado. Schuifff, schuifff, schuifff... Al fin alcanzó
el linde. Un escuálido sendero embarrado serpenteaba junto al bosque lo que
supuso un gran alivio para el agotado Héroe, que se desplomó sobre las gruesas
raíces de un nervudo tilo. Sus grandes ojos negros reflejaban todo el fastidio
que la situación le suponía. Tenía los labios contraídos en una apretada línea
de disgusto, y su mandíbula firme permanecía también contraída. Cuando sonreía
(cosa que no sucedía muy a menudo) era un hombre apuesto, de rasgos
equilibrados y masculinos, anchos hombros y porte firme. Pero en aquel momento
ofrecía una estampa mucho menos altiva, embarrado, empapado y agotado. Y muy,
muy malhumorado. Las botas le pesaban una tonelada, por el cansancio, por el
agua que había entrado en ellas, y por el barro que las rebozaba. Pero en aquel
momento estaba demasiado cansado. Apoyó la espalda en el tronco del gran árbol
y se arrebujó con su vieja capa de cuero. Y cerró los ojos. Solo un
momentito... y fue solo un momentito porque sus agudos instintos, que lo habían
mantenido vivo hasta ahora, lo alertaron. Un ruido, un olor... una presencia.
Se desenvolvió de la capa y se levantó descuidadamente, como el hombre que ya
ha descansado suficiente y decide continuar su camino, y hasta la última de sus
fibras musculares aulló una protesta. Con la mano en la empuñadura de su espada
se entretuvo en dar pataditas a una raíz para soltar el barro de sus botas,
siempre de cara al bosque, escrutándolo con disimulo.
-¿Ya has descansado
suficiente, muchacho?- Preguntó el bosque. El Héroe se dejó de hipocresías y
desenvainó.
-Deja eso, muchacho,
o aun le vas a hacer daño a alguien-. Insistió el bosque.
-¿Que tal si sales y lo hablamos cara a cara?-
Le preguntó el Héroe. Y el bosque se agitó. Se sacudieron ramas, se pisaron
hojas y el suelo crujió. Y al camino asomaron 4 hombretones desastrados. Tenían
barbas pobladas, enmarañadas y a buen seguro atestadas de vida. Vestían jubones
de lana y pantalones de cuero, y uno de ellos llevaba una bufanda de gruesa lana,
ahora tan mojada, que más parecía un gato muerto que una prenda de abrigo. Y
llevaban grandes hachas, menos uno que llevaba algo que debió ser un apero de
labranza ahora reconvertido a arma blanca, con gran efectividad, hay que decir.
El que parecía el jefe (ni que sea por que era el único en cuyos ojos brillaba
algo parecido a la inteligencia) esbozaba una sonrisa que hasta se podría
tildar de amable, aunque el efecto resultante con el trasfondo de dientes
podridos era más repulsivo que tranquilizador. Los hombres salieron del bosque,
dos por su derecha y dos por si izquierda y Héroe retrocedió un par de pasos. Y
volvió a estar metido en la dichosa esponja.
- Bonito pincho,
muchacho - dijo el jefe, - ¿piensas usarlo?
- La verdad es que
mis planes era más bien de siesta, queso y odre de vino, pero si no me queda
más remedio...- contestó el Héroe con desgana. A lo que los hombretones respondieron
con una sonora carcajada.
-Suelta el pincho y
compartiremos contigo tu queso y tu vino, y si eres buen chico, hasta dejaremos que te unas a nuestra
banda-. Dijo el jefe como quien se ha contado un chiste graciosísimo.
-Tengo otros planes,
pero gracias, sois muy amables-. La fingida cortesía del Héroe parecía divertir
a los hombretones.
-Mira muchacho,
vamos a quedarnos con tu espada, lo que sea que lleves en el zurrón y tus botas, contigo dentro o sin ti.
La verdad, me importa poco-. Dijo el jefe, y a su lado uno de los hombretones
añadió la capa. "Que no se te olvide la capa" añadió casi en un
susurro. Definitivamente, no era un hombre muy listo. Mientras decían esto uno
de ellos se había acercado a su zurrón y había desparramado su contenido por el
suelo, y de hecho, roía ya el escaso queso que le quedaba al Héroe. -¡Esta
bueno!- exclamó con voz gangosa y por respuesta obtuvo una fulminante mirada de
su jefe, con lo que dejó el queso y se concentró en su tarea de intimidar al
Héroe, ahora con cara de chiquillo avergonzado, lo que le restaba efectividad.
-Mira, eso no va a
pasar, acabareis los 4 muertos y yo mas cansado. ¿Porqué no lo dejamos aquí, os
largáis, y todos tan amigos?- La seguridad y convicción del Héroe parecía haber
hecho cierta mella en dos de los hombres, pero el jefe se rió a carcajadas y el
resto lo corearon, aunque con algo menos de convicción.
-¿Crees que somos
sólo nosotros cuatro?-Preguntó el jefe. -No es así, ¿verdad?- La pregunta iba
dirigida al bosque, que contestó con una ligera agitación.
-¿A quien tienes
ahí?- preguntó el Héroe -¿A tu madre?- Y fue el propio bosque quien respondió,
con el agudo silbido de una flecha. El Héroe la esquivó, con la velocidad que
sólo unos pocos hombres poseen, pero la flecha pasó tan cerca de su rostro que
sintió su calor al herir el aire. Aquello era una complicación más. Tendría que
moverse continuamente, quien se ocultara en el bosque era rápido, e impulsivo.
No había dudado en matarle. Ni un segundo. Antes de que los hombres
reaccionaran lanzó su peso hacia adelante cargando con la espada levantada y
blandiéndola con ambas manos. El movimiento quedó ralentizado, como si el
tiempo discurriera a un paso pausado. Las botas del Héroe permanecían en el
lodazal... con el Héroe dentro. Schuifff... y el Héroe salió disparado hacia
delante, cargando, ahora sí, directamente contra el jefe, que había tenido
tiempo de sobras de levantar su arma y prepararse para el ataque.
A pesar del
cansancio, a pesar del barro, a pesar de la lluvia, la espada silbó y aulló
danzando de un hombre a otro, y pronto a sus aullidos se sumaron los de los
hombres. Uno no es un Héroe sólo porque tenga una bonita espada. Primero, el
imprudente del queso, que blandió su arma agrícola con más estupidez que
pericia y perdió el arma y el brazo que la sujetaba en un único y limpio tajo.
El que quería la capa dejó pronto de necesitarla al perder la cabeza por el
cuello por el que la hubiera sujetado. Quedaron el jefe y el otro hombretón del
hacha que se mantenían a una prudencial distancia del Héroe y se apoyaban
mutuamente en sus fintas. Aquellos hombres habían luchado juntos largo tiempo. Y
habían sobrevivido, lo que era más preocupante.
El Héroe no paraba de danzar, moviéndose a derecha e izquierda, para no
ofrecer un blanco fácil al desgraciado de las flechas. Los dos hombres lo
dejaban bailar, sacando partido de su agotamiento. No podría mantener este
juego mucho rato. Bajó la guardia. Dejó su flanco derecho al descubierto,
tentando al hombretón de la bufanda que no pudo resistir la invitación. Se abalanzó
sobre él como un gato rabioso y murió con cara de sorpresa al encontrarse una
espada atravesada en el pecho, pero su jefe se había lanzado también sobre él, con
el cuerpo bajo, lanzando un ataque a las piernas del Héroe, que sintió al
mordida del metal en el muslo mientras giraba sobre si mismo esquivando el
grueso del golpe y soltaba la espada del pecho de su rival para, en un único
movimiento, lanzarla sobre el cráneo del jefe. Corrió ignorando el dolor de la
pierna para colocarse a cubierto tras el tronco del gran tilo, junto a sus
desparramadas pertenencias.
Con la espalda
apoyada contra el gran árbol miró a su alrededor. Tres hombres yacían muertos
en el pequeño sendero, uno de ellos decapitado y el cuarto había desaparecido,
dejando su brazo y su arma en el suelo.
-¡¡Más vale que te
largues, cabrón, porque si tengo que entrar en el bosque a sacarte te juro que
te arranco al piel a tiritas finitas!!- Le gritó el Héroe al bosque, descargado
todo el agotamiento, frustración e ira que contenía su maltrecho cuerpo. Pero
el bosque permaneció en el más absoluto silencio. Esperó unos segundos. Sentía
la sangre caliente resbalar por su muslo y el dolor lacerante que ascendía
hasta la mismísima garganta. Era un tajo profundo, podía sentirlo. "Otro más para la colección" se
dijo a si mismo. No era de esos héroes a los que les gustaba mostrar sus
cicatrices a las "damas" como las llamaban otros Héroes (él las
habría llamado putas pero cada cual hace lo que quiere...). Hacía su trabajo y
lo hacia bien y le pagaban por ello (no tan bien, pero no se podía pedir más
tal como estaba el reino...) y eso era todo. No creía que tuviera que alardear
ni demostrar nada. Era lo que era. Punto. -¿Sales o entro a por ti?-Volvió a
rugirle al bosque, de nuevo sin respuesta. Esperó un rato y finalmente se dejó resbalar
por el tronco hasta quedar sentado otra vez entre las raíces del tilo, ahora
con la espada desenvainada a su lado y todos los sentidos alerta, esperando oír
el menor ruido del bosque. No tenia la menor intención de entrar a buscar a
nadie, y quien fuera que se escondiera parecía haberlo intuido. Cogió un paño
viejo pero habitualmente limpio que siempre llevaba en su zurrón para estos
menesteres, se había manchado de barro pero no tenía nada mejor. Usó la espada
para acercarse un pequeño estuche de cuero sin necesidad de levantarse y de él
sacó una aguja curva e hilo de crin de caballo. Uso algo del vino para
limpiarse la herida y la mayor parte para calmar sus ánimos y entre
maldiciones, insultos y reniegos procedió a coserse la herida y medio
vendársela con el paño embarrado. Luego se comió un trozo de pan remojado y
enmohecido que le quedaba y guardó el trozo de queso en su zurrón. Le haría
falta. Era todo lo que le quedaba. Y mal herido lo tendría difícil para cazar. Y
con tanta lluvia parecía que la mayoría de animales se habían largado... o
ahogado en sus madrigueras.
No era hombre al que
la visión de la sangre revolviera el estómago, pero el espectáculo que ofrecían
los tres cadáveres era cuanto menos, desagradable. Además de que el manco podía
volver a por su brazo... o el arma, y probablemente no lo haría solo. Así que
hizo acopio de unas fuerzas que ya no tenía y emprendió la marcha, cojeando,
apoyado en su espada, y plenamente consciente de que ofrecía un espectáculo
cualquier cosa menos... heroico. Y el bosque, tras de sí, permaneció en
silencio. Caminó pegado a los árboles (el camino era tan estrecho que eso era
inevitable) y mirando hacia atrás continuamente por si el arquero se decidía a
terminar la tarea que tan eficazmente había empezado su jefe. Pero nadie
apareció en el camino, ninguna flecha silbó, y el Héroe continuó su penoso
avance por el camino embarrado.
Cuando anocheció se
adentró un poco en el bosque. Buscó un árbol grande bajo el que cobijarse y se
sentó a sus pies, con la espada a su lado. El dolor de la pierna era
insoportable, cada latido de su corazón resonaba por todo su cuerpo acompañado
de una explosión de dolor. Veía puntitos luminosos y el agotamiento era una
garra fría instalada en su alma. Se arrebujó con su capa y trató de descansar.
El amanecer lo
encontró aun despierto, con los ojos hundidos por el cansancio y la falta de
sueño, y la boca torcida en un rictus de dolor. "He estado peor", se
dijo a si mismo. "Pero no en este páramo deshabitado y sin comida,
imbécil", le contestó esa parte de uno mismo que parece odiarnos. Se comió
el queso. Necesitaba fuerzas. Encontró un roble con algunas bellotas medio
podridas por la humedad pero comió unas cuantas y guardó otro puñado. Y
continuó caminando penosamente. "Los caminos van de "alguna
parte" a otro "alguna parte" y en esos "algunas
partes" siempre hay gente... y probablemente... una posada" se dijo a
sí mismo y visualizó el calor del fuego, sintió el olor de los guisos y el pan
y eso le dio fuerzas para continuar caminando.
Durante tres días
caminó pensando en el fuego, el guiso y el pan. Ropa seca y una cama caliente.
Y un baño. Y vendas limpias y una cataplasma de hierbas para su herida. La
herida dolía cada día más. Se había inflamado y supuraba sin cesar. Y al tercer
día sintió el olor. Un olor que conocía bien, que había olido antes... el olor
de la muerte.
-¿COMOOOOO?- Exclamó
el Héroe asustado.
-"Exclamó el
Héroe asustado, exclamó el Héroe asustado"... ¡a ver como estarías tu,
rica!! Ni olor a muerte ni niño muerto, tu y yo tenemos que hablar. Sí, sí, tu,
la que no se calla ni debajo del agua. El Héroe esto, el Héroe aquello... ¿¿y
ahora vas a matarme??- gritó el Héroe a nadie en particular.
-Bueno... son gajes
del oficio... y en el curso de literatura por correspondencia decían que hay
que darle drama...- Contesto la Escritora al airado Héroe.
-A ver, rica, si lo
dejamos claro. Me he cargado a tres tíos, seguramente padres de familia que
dejan apenadas viudas y huérfanos, ¿y tu quieres más drama?- Insistió el Héroe
que recibió un "estos no cuentan" por respuesta.
-¿Como que no
cuentan? Pobres desgraciados... ¿y ni siquiera cuentan? No hay vergüenza. Que
tiempos, que tiempos... tres hombres muertos, y no son un drama... no hay
vergüenza-. El Héroe murmuró ofendido.
-Pero es que el
corte es muy feo, y tu estas muy débil, y se te está gangrenando... y tenia
pensado otro protagonista... de hecho, esta historia se titula "El
Mago", ¡no me puedo quedar con un Héroe!- Insistió la Escritora, tratando
de sonar razonadora. -Será una escena muy melodramática, el mago te encontraría
en tus últimos momentos cuando sea tarde para ayudarte y le encomendarás una terrible
misión... muy melodramático... ¡te gustará!- Insistió ella.
-Pues va a ser que
no.- Dijo el tajante. -Vas a llevarme a una posada, vas a curarme la pierna y
vas a ser buena chica de ahora en adelante. Y respecto a lo del Mago... sé
hacer aparecer una moneda de detrás de la oreja. Te vas a conformar con eso-.
Dijo el Héroe con contundencia mientras retomaba su pesada marcha, a lo que
ella contestó un enigmático "ya veremos". Tras escasos metros el
desnivel del camino descubrió que el sendero se ensanchaba ligeramente hasta
llegar a una casa de gran tamaño, de paredes encaladas y con un delicioso
reguero de humo desprendiéndose alegremente de su chimenea.
-También podría
parar de llover, ¿no?- murmuró el Héroe a lo que le contestaron un "no te
pases" suficientemente amenazador como para que continuara su camino sin
más quejas.
La puerta de la
posada se abrió para descubrir una sala razonablemente llena, cálida (por no
decir caldeada) y tan atiborrada de olores que el aire parecía poder cortarse
con un cuchillo. Pero el Héroe sólo notó el delicioso olor del pan y de un
potente guiso. Avanzó cojeando hasta una mesa en al que quedaban un par de
huecos y se sentó a una prudencial distancia de un hombre con aspecto de
herrero, más interesado en la pared del fondo que en el mundo que lo rodeaba,
posiblemente a consecuencia de que la enorme jarra de cerveza que sostenía no
era, ni mucho menos, la primera. Tenia la pared a sus espaldas, podía controlar
la puerta y tenia el flanco derecho protegido por el herrero ebrio. Era un buen
lugar, y se desplomó en su asiento. Algo que creyó sería la tabernera (o uno de
los mastines de la casa) le preguntó que quería y pidió vino con abundante
miel, un buen plato del guiso y pan. Un rato más tarde empezó a sentirse
persona de nuevo. Tenia la tripa llena por primera vez en semanas (no había
identificado lo que contenía el guiso pero le importaba un bledo), las ropas
habían empezado a secarse (o al menos estaban húmedas pero calientes) y el vino
adormecía ligeramente el dolor de la pierna.
-¿Y ahora que?-
preguntó el Héroe en un susurro. -¿que vas a hacer con mi pierna? No pienso
morir de gangrena-. El herrero había trasladado su interés de la pared lejana a
un punto algo más cercano, pero pronto volvió a su estado anterior.
-Pues huele como si
fueras a hacerlo- contestó el herrero, aun mirando la pared del fondo con una
vocecilla extrañamente fina para su corpulencia y... sin mover los labios. El
Héroe adelantó el dolorido cuerpo para ver al resto de comensales. Junto al
herrero se sentaba un muchacho barbilampiño, delgado, pálido y de aspecto
asustado. Estaba encogido entre la masa del herrero y otra mole a su izquierda,
posiblemente un carpintero a juzgar por la cantidad de virutas de madera de su
pelo, que a su vez parecía tan interesado en la pared del fondo como el herrero.
El Héroe miró un momento la pared del fondo por si se estaba perdiendo algo...
no, no había nada, sólo la maldita pared. El muchacho se había escurrido de su
asiento y estaba gateando por debajo de la mesa para salir (pedir a los
hombretones que se levantaran no era una opción, obviamente) y volvió a
escurrirse entre la mesa y el banco para quedar sentado frente al Héroe.
-Soy Mago- Dijo el
muchacho con una amplia sonrisa de dientes blancos.
-¡Mala pécora, tu
quieres matarme!- Le contestó el Héroe, mirando a la mesa y dejando al muchacho
perplejo... y convencido de que las mismas estaban atacando la mente del pobre
hombre.
-¡Soy bueno con las heridas!-insistió el
muchacho, ahora con más cautela. Y sin sonrisa. -Lo de los fuegos, explosiones
y rayos no se me da tan bien, pero se preparar pócimas sanadoras, eso se me da
bien- El Héroe lo miró con la más fiera de sus miradas. Le clavó los ojos
negros y mantuvo la mirada unos segundos que al muchacho se le hicieron eternos. Se hizo pequeño en su asiento, sudó,
le temblaban las manos... y cuando el Héroe preguntó, más para si mismo que a
él, "¿es lo mejor que voy a tener?" al pobre Mago le temblaba la voz
al contestarle "no hay muchos magos por esta zona..." y su voz
desapareció como una llamita que se apaga.
-Cúrame y serás
recompensado- Dijo el Héroe con al voz firme que reservaba para los tratos y
que había intimidado a nobles señores mucho más curtidos que aquel crío venido
a hombre.
-No quiero tu oro,
quiero tu espada- dijo el mago con un hilillo de voz a penas audible.
-¿Y de que sirve un
Héroe sin espada, niño? ¿Y de verdad crees que puedes ni siquiera levantarla?-
Le rugió al aterrorizado muchacho que retrocedió tanto en su asiento que a
punto estuvo de caer de espaldas. El herrero se había girado y les miraba,
probablemente sin verles.
-No, no, no me has
entendido- le dijo el muchacho enseñándole las manos a la defensiva. -Te quiero
a ti para blandirla, ¡quiero tus servicios!- El Héroe levantó la vista hacia el
techo de madera del salón, como un hombre que le reza a su Dios, y entre
dientes siseó "Hija de Puta".
Oía la lluvia contra
el techo, amortiguada por la hierba que cubría el tejado de la construcción. La
habitación era cálida, al encontrarse justo encima de al sala de la posada
llegaba el calor de la planta de abajo... y el barullo. Pero el había sonado a
música celestial en cuanto metió su agotado cuerpo en la cama, después de
asearse con agua caliente (no había baño, pero se había apañado con una palangana
y agua moderadamente caliente). Era poco más que un montón de paja cubiertas
con sábanas con más personalidad que la mitad de habitantes del reino, pero no
le había molestado en lo más mínimo. Había dormido dos días enteros. Se había
despertado sólo cuando el mago venia a darle sus pócimas, algo de comida y agua
y a cambiarle las vendas. El dolor había ido adormeciéndose con él. Poco a
poco, aunque sin llegar a desaparecer. Al tercer día el mago se sentó al borde
de la cama y le quitó los vendajes.
-El Olor de la
Muerte ha desaparecido- dijo el muchacho en tono oficial, ufano como un pavo
real. El Héroe contempló la herida. Seguía habiendo un tajo feo, mal cosido y
mal curado, pero ya no palpitaba, la inflamación había disminuido hasta casi
desaparecer y efectivamente, ya no olía. Aunque seguía doliendo a rabiar.
-Me duele- le
contestó el Héroe.
-Mira, a estas
alturas deberías estar muerto, así que no te quejes, que he obrado un milagro
con tu herida, ¿entendido?- El tono firme del mago sorprendió al Héroe,
desacostumbrado a que un tirillas como aquel se atreviera a amonestarle. Pero
más sorprendido aún parecía el propio Mago, que se habia llevado las manos a la
boca escandalizado de su propia firmeza.
-La herida te dolerá
con los cambios de tiempo, el resto de tu vida-. Añadió el muchacho en un tono
mucho más contrito, casi tartamudeando.
-No es que eso
suponga un problema últimamente... me alegraré si es que el cambio de tiempo es
para dejar de llover... -Añadió el Héroe con la mirada pérdida en la lluvia que
caía frente a la ventana. -¿Que hora es?- cambio de tema aun mirando al mago
con recelo.
-El sol está ya
alto, mediodía- le informó el muchacho.
-Podemos partir
mañana al amanecer-. El Mago asintió con la cabeza y se marchó, dejándolo solo
con sus cavilaciones. El Héroe se sentó
en la cama, con la espalda apoyada en la pared, y se miró la herida.
-El Héroe esto, el
Héroe aquello... tengo nombre, ¿sabes? ¡Me parece una falta de respeto que me
metas en estos líos sin ni molestarte en aprenderte mi nombre!- Le dijo el
Héroe a la habitación.
-Me llamo Roberto-
Añadió contundente. -Mis amigos me llaman Bob. Cuando los tenia- dijo él.
-¿¿¿Bob??? ¿¿A ti te
parece que ese es nombre de Héroe?? ¡Ni hablar! Ha de ser un nombre más
contundente, y como poco a de tener una k, preferiblemente empezar con A-.
Contesto testaruda la Escritora.
-A ver, rica... ¿A
caso has narrado mis orígenes? ¿Mi nacimiento? ¿Has hablado de mis padres y su
historia? Noooo, todo eso te lo has ahorrado... llegas aquí, cuando paseo
tranquilamente por el reino, hecho ya todo un Héroe, me metes en una batalla
desigual, cansado, hambriento y embarrado, me hieren y pretendes asesinarme...
¿y crees que puedes elegir mi nombre? Pues va a ser que no. Roberto. Te guste o
no-. El Héroe se había cruzado de brazos
y todo él transmitía la firmeza de sus convicciones. La voz de la Escritora
sonó siseante, casi musical...
-Te estas
pasaaaandoooo- le canturreó. -Puedo hundir el techo y aplastarte, puedo sacar
una víbora de ese mohoso colchón de paja... puedo acabar contigo cuando me
plazca-. Le amenazó.
-Y será una historia
patética con un final patético.- Añadió él con seguridad. - ¿Y pretendes que tu
protagonista sea es niño de ahí abajo? Vamos hombre, ¡se lo merendarían en
media página!- parecía divertido con la idea.
-¡Es un chico muy
agradable!- lo defendió ella -¡y tiene sus propios talentos!- insistió.
-Y sabes su nombre
¿o piensas llamarlo "El Mago" todo el rato?- ahora la estaba
provocando, con una sonrisa maliciosa. -Eeeerrrr... no...- ella dudaba. -El
Héroe se incorporó aun más y llamó a voces al Mago, que entró en la habitación
apresurado. Cuando el Héroe lo miró y le preguntó su nombre, contestó con cara
de sorpresa: "Eustaquio". Y continuó con cara de sorpresa al ver al
Héroe desternillarse de risa mientras una voz que él no podía oír chillaba:
NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!
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