El
problema es que con la maternidad (o paternidad, da igual) nosotros hacemos
unos planes, y la naturaleza y la criaturita hacen otros. Y tú te acabas
comiendo los planes en el parque.
Antes de
tener un hijo, cuando está ya en camino y empiezas a verlo como algo real,
empiezas a darle vueltas a esto y aquello y a tomar decisiones. Sobre todo si
lo de la maternidad ha sido una decisión meditada y te has “esperado” años,
pues has tenido tiempo para observar a otros, para darle vueltas… y te has
hecho una especie de agenda en tu cabeza. El parto así, lactancia sí/no,
dormirá con nosotros o en su cuna, lo pasaremos a su habitación con tantos
meses/años/nunca (:D) y un largo etc.
Son cosas
que en algún momento, dentro de tu inmensa ignorancia, crees de verdad que son
decisiones tuyas.
Pues no lo
son.
Y cuanto
menos hayas gravado en piedra todas y cada una de esas decisiones, menos sufrirás
con la cancelación de tus planes.
Me pongo a
escribir esto a raíz de una conversación con unos futuros padres primerizos. El
padre, muy ilusionado, me comentaba como iba a ser el parto, cuantos meses “iban”
a dar el pecho… en un momento dado no me pude contener y le dije que fuera consciente
de que, en el fondo, no eran decisiones suyas. Y creo que es bueno ser
consciente de ello, y estar dispuesto a respetarlo.
He visto a
algunas madres agobiarse profundamente por esos cambios de planes (madres por
lo de que en el grupo de postparto éramos todo madres, no porque los padres no
lo hagan, no lo sé). Convertir la lactancia en una especie de batalla con la
naturaleza, forzar un colecho que no funciona, o vivir con dolor una alimentación
con biberón.
A todos
nos afecta, para que negarlo. Queríamos hacer las cosas así o asá. Pero la
realidad, aunque en el momento no nos lo parezca, es que esa primera infancia
que, tenemos tan clara, es un suspiro. Y lo más importante es disfrutarla. ¡Y
dejar al niño disfrutarla también!
No hay comentarios:
Publicar un comentario